domingo, 10 de marzo de 2013

En la nada...



Fue castigando el sur,
toda vez que miraba
a cada una de las noches,
donde vivió algún día.
No se supo esperar
y avasalló su voz,
en lamentos confusos y
atrevidos,
mientras apenas
sus pies la sostenían.

Tuvo claro de siempre
que nunca alcanzaría las
estrellas,
que ese no era su sitio,
que jugar a ser alguien
era lo que llevaba escrito
en esa piel de azúcar,
que la bañaba entera
de final a principio.

Y un día de repente,
tuvo bondad el cielo
y dibujó su plácida
y distraída luna,
en el color tardío
de un amor de película.

Y se sintió valiente
y se mimó los labios
para besar los lazos,
que se le proponían.
Y se lanzó a ese juego
y a ese fuego creyente,
donde surcó los vientos
que nunca fueron suyos
y ahora, se quedaban
en sus bordes calientes
que la vestían toda,
de las luces crecientes.

Abandonó las hordas
de los pasos cansados,
cejó el peregrinaje
de las ocultas lunas,
apretó la mirada
junto a esos otros ojos,
que iban trastornando
la quietud de su alma.

Y otra vez, nuevamente,
así, tan entregada...
se murió de repente
al notar que en la huida,
no le quedaba nada.
Después de aquella entrega
total y apasionada,
se vertió toda ella
en mil sueños de lágrimas
al ser su soledad
de nuevo compañera,
de sus vientos sin calma.

Hubo de regresarse al sur,
que antaño castigaba
esas noches vacías.
Y tiñó sus espejos
de melodías vanas,
para que no pudieran
devolver siluetas,
que fueran engañadas.

Apagó su sonrisa
y mirando hacia el sur,
se vivió muy deprisa
los huecos que quedaban.

Y un día de repente...
se amaneció en la nada.

( Este poema fue el que leí en el recital del Día Internacional de la Mujer, en Alicante, marzo 2013)